Historias de Salta

Se cumplen 51 años de la muerte de Juan Riera

Figura emblemática del norte, el histórico panadero dejó una huella imborrable por su solidaridad, su militancia obrera y el vínculo que tejió con artistas y viajeros que pasaron por su hogar.

Este lunes se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de Juan Riera, uno de los personajes más queridos y profundamente arraigados en la vida cultural y social de Salta. Murió en 1974, pero su legado late en cada historia que aún se cuenta en los barrios, en las guitarras de peñas tradicionales y, por supuesto, en la emblemática panadería familiar que sigue funcionando en avenida Independencia.

El panadero que llegó escapando de la guerra

Riera nació en Ibiza y llegó a la Argentina con apenas 14 años, empujado por el clima represivo del franquismo y la Guerra Civil española. Primero se instaló en Tucumán como vendedor de masas callejeras; luego, atraído por la promesa del Huaytiquina, llegó al norte para trabajar en obras ferroviarias entre Salta y Socompa.

La vida dura de los obradores no lo acalló: se convirtió en un referente para sus compañeros, los organizó frente a los abusos de patrones y participó activamente del sindicalismo anarquista. Por esa militancia fue perseguido, echado del trabajo y finalmente exiliado en Bolivia durante el golpe de 1930.

La panadería que se volvió refugio, escenario y trinchera Ya instalado en Salta, abrió su panadería primero en Pellegrini y San Juan, y luego en los distintos locales que conoció la familia hasta llegar al actual domicilio en Independencia 885. Ese pequeño horno de barro no solo alimentó a generaciones: fue un punto de encuentro cultural y político sin igual.

Allí se reunían Manuel J. Castilla, el Cuchi Leguizamón, Eduardo Falú, el Dúo Salteño, los hermanos Saluzzi, escritores como Jaime Dávalos y hasta artistas plásticos. Se recitaban poemas recién nacidos, se ensayaban melodías que después serían parte de la tradición folklórica y se conversaba de política, arte, injusticias y sueños.

Riera tenía una costumbre que se volvió leyenda: dejaba la puerta de la panadería abierta para que cualquier persona en necesidad pudiera comer y descansar. En tiempos en que la pobreza golpeaba fuerte a los barrios, ese gesto lo convirtió en un símbolo de dignidad, solidaridad y resistencia.

El hombre que inspiró una zamba eterna Su humanidad fue tan grande que Castilla y el Cuchi -dos gigantes del folklore- le dedicaron la zamba "Juan Panadero". Un honor reservado para muy pocos. Esa canción, que hoy sigue siendo interpretada en peñas de toda la provincia, lo inmortalizó para siempre.

La historia familiar incluso cuenta que Ernesto "Che" Guevara durmió una noche en su casa mientras viajaba por Latinoamérica en motocicleta, y que en agradecimiento le regaló su boina. La anécdota se perdió en el tiempo, pero aún hoy es parte del imaginario salteño.

Persecuciones, militancia y dolor La vida de Juan Riera no estuvo exenta de tragedias. Militante anarquista activo, fue detenido en varias ocasiones, perseguido por los patrones de ingenios y señalado por los gobiernos de turno como "agitador".

En los años 70 la represión volvió a golpear a su familia: dos de sus hijos fueron secuestrados y torturados. Floreal Riera, uno de ellos, murió años después como consecuencia de las secuelas psicológicas.

Juan ya no estaba para defenderlos: había fallecido en 1974, dejando una huella imborrable en Salta.

Un legado que no se apaga Hoy la panadería Riera sigue en manos de su familia. Aída, su nieta, mantiene intacta la tradición del pan a leña "como el de antes"; Hermes, su hijo, continúa en la caja como lo hizo su abuelo.

Cada saludo, cada historia que recuerdan los clientes, cada zamba que se entona en una noche de guitarra reafirma que Juan Riera no fue un simple panadero: fue un hombre de pueblo, de lucha, de afectos, un anfitrión de artistas y un sostén silencioso para quienes pasaban necesidad.

A 51 años de su muerte, su nombre sigue siendo parte del ADN salteño.

Porque algunos hombres se van... pero quedan en la memoria de todos como pan recién horneado: cálido, humilde y necesario.

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