Guardianas del viento y la memoria: las apachetas, el corazón espiritual de la Puna salteña
Cada una es un altar sagrado, una ofrenda viva a la Pachamama y a los espíritus tutelares del lugar.
En los caminos solitarios de la Puna, donde el cielo toca la tierra y el silencio habla en lenguas antiguas, se alzan pequeñas montañas de piedras: las apachetas. A primera vista pueden parecer acumulaciones simples de rocas, pero para las comunidades originarias del norte argentino, cada una es un altar sagrado, una ofrenda viva a la Pachamama y a los espíritus tutelares del lugar.
Las apachetas son espacios de conexión entre el ser humano y lo sagrado, una costumbre ancestral que se transmite desde tiempos prehispánicos entre pueblos como los kolla, los atacama y otros que habitan la cordillera. Se levantan generalmente al costado de los caminos de altura, en pasos montañosos o lugares considerados energéticos y especiales. Allí, viajeros, pobladores y peregrinos dejan una piedra como señal de respeto, gratitud o pedido de protección.
"Cuando pasás por una apacheta, no es solo piedra lo que dejás. Dejás parte de tu historia, pedís permiso, agradecés por el camino, por llegar con vida o por seguir andando".
Estas estructuras de piedra no solo tienen un valor espiritual, sino también un profundo significado cultural. Son testigos de los caminos ancestrales, señaladores naturales que guiaban a quienes cruzaban los Andes antes del GPS, y que hoy siguen marcando rutas, emociones y memorias. En cada apacheta, puede encontrarse una hoja de coca, una cintita, una bebida o incluso algún objeto simbólico dejado con devoción.
En tiempos de velocidad y olvido, revalorizar las apachetas es reconocer el legado de los pueblos originarios, su espiritualidad profunda, y la manera en que viven en armonía con la tierra. Es también una invitación a frenar, mirar, agradecer y recordar que el viaje es tan importante como el destino.
"Las apachetas están vivas. Son puertas entre mundos, y cuando las respetamos, también estamos respetando a la Madre Tierra y a los abuelos que nos enseñaron a cuidarla", cuentan desde comunidades de San Antonio de los Cobres y Tolar Grande, donde se siguen realizando ceremonias y ofrendas.
Hoy, más que nunca, las apachetas nos invitan a detenernos, a respirar hondo y a reconectar con lo esencial. Porque cada piedra allí apilada guarda no solo un pedido o una promesa, sino el alma de un pueblo que camina con la tierra, no sobre ella.