Francisco Vacazur, el cura salteño que lleva fe por todo el país con su "Capilla móvil"
Nacido en plena Puna, se considera un "salinero de la vida". Hoy vive en el sur del país y recorre los barrios y pueblos humildes de la Argentina brindando apoyo espiritual y material.
Pancho miraba el horizonte, allí donde las montañas se funden con el cielo en un abrazo de silencio. La tierra, seca y polvorienta, era el escenario de sus primeros años, marcado por el eco constante del martillo contra la roca y el rumor de los minerales ocultos en las entrañas de las minas.
Había empezado a trabajar a los diez años, junto a su padre, en la mina La Candelaria, una propiedad familiar enclavada en la región de la Salar de Rincón, donde hoy se extrae litio. Luego, la mina Júpiter se sumó a su vida, y con ella, el peso del trabajo minero se convirtió en su rutina diaria. Cargar, descargar enormes bloques de sal, respirar el polvo, sentir el esfuerzo en cada músculo. Así fue su infancia y juventud.
Pero un día, en medio de las jornadas de trabajo, algo cambió en su interior. Mientras descargaba un camión junto a los hermanos y empleados, sintió una inquietud que lo empujaba más allá del mineral y la tierra. Pancho, quien siempre había visitado la iglesia, descubrió en su corazón un llamado distinto. Era un llamado a ser "salinero de la vida", como él mismo lo definiría. Inspirado en el pasaje del Evangelio donde Jesús habla de ser pescador de hombres, decidió que su misión sería diferente.
Pasaron los años y su capilla móvil, una combi convertida en un espacio de oración, se convirtió en su compañera de ruta. Desde entonces, su vida se transformó en un constante peregrinaje de fe, llevando mensajes de esperanza y fortaleciendo valores entre los mineros y las comunidades que encuentra en su camino.
Cada semana, Pancho celebra una ceremonia espiritual, compartiendo el "valor de la semana" con aquellos que lo escuchan, ya sea a través de la radio, por internet o en su pequeño santuario improvisado al pie del nivel del mar, donde una gruta y una cruz se alzan como símbolos de su misión.
"Salinero de la vida, salinero para la humanidad", repite Pancho, con la firme convicción de que su fe es la verdadera sal que le da gusto a su existencia y a la de quienes se cruzaban en su camino. Y aunque sigue ligado a la minería, ya no como un simple trabajador, sino como un proveedor de la palabra y de la esperanza.
Pancho se convirtió en una voz para los mineros, un amigo, un maestro de reflexión. Y desde su consultoría espiritual de valores, sigue acompañando a quienes, aún entre la roca y el polvo, necesitaban recordar que no estaban solos.
Una historia de amor
En el árido paisaje de San Antonio de los Cobres nació Francisco Vacazur, conocido como Pancho. Allí, en ese rincón de la provincia de Salta, comenzó a forjarse su vida marcada por la fe y la vocación. Era apenas un niño cuando la figura de los misioneros franciscanos, con sus hábitos marrones y su alegría contagiosa, encendió en su corazón el deseo de servir.
La vida para Francisco, sin embargo, no sería un sendero recto. A los 18 años, dejó atrás su pueblo y se unió a los franciscanos. Sus días transcurrían entre libros de teología y servicios comunitarios, aprendiendo los tres votos que definirían su vida: pobreza, castidad y obediencia. "Yo quería vivir pobre, sin nada propio, solo para servir", recordó. Su entrega lo llevó a recorrer diferentes destinos, desde Salta hasta Buenos Aires, siempre guiado por su fe.
Pero fue en Tartagal donde su misión se volvió una prueba de fe. En 2009, un alud arrasó la ciudad norteña y destrozó hogares, dejando a su paso desolación y muerte. Pancho, que hasta entonces se sentía seguro en su vocación, comenzó a cuestionar su vida. "Me enfermé, no sabía qué hacer", confesó. El impacto emocional fue tan grande que decidió alejarse del sacerdocio.
Se trasladó a Mar del Plata, buscando paz y respuestas, pero allí encontró un nuevo desafío: el amor. "Me enamoré y me casé", revela sin ocultar una sonrisa. Sin embargo, la vocación religiosa nunca lo abandonó. Aunque había dejado el hábito, su fe seguía viva. Incluso encontró apoyo en Jorge Bergoglio, el entonces cardenal y futuro Papa Francisco, quien se convirtió en su guía espiritual.
Hoy, Pancho sigue siendo sacerdote, pero de una manera diferente. Con una capilla móvil, recorre barrios humildes brindando apoyo espiritual y material. Junto a su esposa, fundó una ONG, dedicada a ayudar a personas en situación de vulnerabilidad. "El amor y la fe pueden convivir", asegura Francisco.
Su vida es un testimonio de resiliencia, una historia que desafía las normas y abraza el poder transformador del amor. "La vocación es dar, es arriesgarse", concluye. Y Francisco ha hecho de su vida una ofrenda continua de amor y servicio. /TribunoSalta